Reconozco mi escalofrío al bajar donde antes hubo agua y su paisaje tan familiar plasmaba vida.
Tiré un montón de fotos que al mirarlas por el visor, como un resorte, transformaban mi rostro en un gesto triste.
Al caminar, mis pies se iban ensuciando con un polvillo seco y gris que, inevitablemente, me acompañó a casa para hacerme recordar que aquello no era un sueño ni un documental sobre tierras lejanas.
Entre tanta grieta descubrí algunas flores que peleaban por salir, valientes y luchadoras y ésto fue lo único que me emocionó y que neciamente insistí en fotografiar, porque siempre me inspira la esperanza...
Mar