A su conjuro

Eran todavía unos niños cuando a escondidas ya juntaban sus manos bajo la mesa y una fuerza incontrolable les magnetizaba e impedía estar a más de un metro separados.

Todo complicidad, las miradas, los gestos y las palabras.

En aquellos ratos robados, solo existían ellos dos en el mundo, acariciados por el sol del verano y el sonido del bosque.

No necesitaban reloj, lo más que hacían era calcular la hora, algo para lo que tenían cierta facilidad, y no llegar demasiado tarde a casa.

Bajo las estrellas no se hicieron ninguna promesa, simplemente reconocieron que siempre, siempre se tendrían el uno al otro.

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